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    2019-04-25

    Ulises criollo pertenecería continine lo que en inglés se cataloga como nonfiction prose. Al escribirlo la principal intención de Vasconcelos no fue la de narrar en el sentido ficcional (imaginativo, desinteresado, novelesco) sino interpretar, sentar una comprensión de su época y de su país a partir de su experiencia. Y así Ulises criollo, en cuanto está a caballo entre la autobiografía con aliento narrativo y la crítica social y política, cabalga sobre el género del ensayo que Alfonso Reyes llamó, precisamente, el “centauro de los géneros”. También se ha insistido en la posibilidad de que Ulises criollo, en virtud de que pertenece a un género mestizo, sea también una novela como quiere Sergio Pitol, “cuyo protagonista se llama José Vasconcelos”. Cierto tejido de episodios cómicos, trágicos, caricaturescos y hasta casi criminales en Ulises criollo, protagonizados por él mismo o sus contemporáneos, deja la sensación de una atmósfera novelesca. Sin duda. Pero, como señala José Joaquín Blanco, este “tejido novelesco es menos relevante que la alegoría de la nación que postula y explica [Vasconcelos]: un sistema de mitos y conflictos en los que él mismo se vio enredado, en cuyo marco actuó enérgicamente, como una malla que terminó por apresarlo”. En este orden de ideas, ¿no se inscribe Ulises criollo en la tradición del ensayo hispanoamericano que arranca con la Carta de Jamaica (1815) de Bolívar o con Facundo (1844) de Sarmiento, suerte también de autobiografías a su manera en que hombres públicos, como lo fueron ellos, reflexionaron sobre sus naciones a partir de sus experiencias personales? Liliana Weinberg también parece sugerirlo. Ulises criollo cabalga, pues, en el centauro del ensayo hispanoamericano, si admitimos la definición que sobre este género en particular trazó Rafael Gutiérrez Girardot. Esta definición se ajusta muy bien a Ulises criollo. Parafraseando a Gutiérrez Girardot, Vaconcelos concibió buena parte de su autobiografía como una crítica a la élite “neocolonialista” o “intracolonialista” de México, sí, en relación con Estados Unidos,
    Del antinorteamericanismo al hispanismo Al precisar el origen del término hispanismo, el historiador inglés Fredrick Pike estableció que éste empezó a usarse a partir de 1898 cuando se dio la independencia de Cuba o, en otras palabras, la pérdida para España de su última colonia americana. Más allá de prejuicios colonialistas contra España por parte de los más liberales, o de simpatías clasistas o de casta por parte de los más conservadores, apareció como una necesidad histórica del entendimiento intelectual, “Spaniards could not fully understand themselves unless renal tubule studied Spanish American and Spanish Americans could learn much about themselves by studying Spain”. Lo cierto es que no deja de causar extrañeza que el desastre de España de 1898, cuando perdió Cuba, “joya de la corona”, causara solidaridad entre los hispanoamericanos. ¿No era, pues, la “independencia” de España la esencia de las nuevas Repúblicas? Sí, pero como la independencia de Cuba terminó por ser una maniobra del imperialismo de Estados Unidos, varios hispanoamericanos sintieron amenazada su identidad histórica. No se trataba de la retórica patriotera que por un lado atizaba el mito nacional en haber expulsado al imperio español y, por el otro, llamaba a España la madre patria en elogios vacuos. No. La amenaza fue más profunda, removió los ánimos y suscitó grandes reflexiones. El desastre español de 1898 afectó también la conciencia de Hispanoamérica. Y, según Gutiérrez Girardot, estimuló al uruguayo José Enrique Rodó a escribir su libro —hoy clásico—Ariel (1900). En carta a su amigo Víctor Pérez Petit, Rodó así lo confesó: Rodó, en Ariel, formuló una suerte de utopía: una esperanza de que el mundo hispano guardaba la esencia de la civilización grecolatina y que no estaba de suyo, sino por circunstancias históricas, rezagado de los avances de la civilización moderna. El ensayista uruguayo se apoyaba en una de las últimas obras dramáticas de Shakespeare, La tempestad, a modo de aludir a la pérdida de Cuba. Y concibió a Hispanoamérica como una suerte de Ariel, representante del poder etéreo, frente a Calibán, fuerza bruta o inercia terrena.